TIEMPOS DE CARIDAD.


Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer, dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". El le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".

Así comienza el evangelio de hoy y mientras lo escuchaba esta mañana por 13tv, desde mi trabajo junto a la señora mayor que cuido, el corazón se me encogía y comprimía en un puño, como si de pronto fuera a dejar de latir.
Estos días, no paro de preguntar al Señor que quiere de mi con este nueva etapa que se abre en mi camino. Hacía tiempo que deseaba poder trabajar, en lo que fuera, algo que nos ayude en casa a vivir dignamente y tenga a mis hijos cubiertos al menos en las necesidades básicas para su buen crecimiento. Como siempre Él se manifiesta en el momento correcto y me trajo ese trabajo que ya compartí contigo en la entrada anterior.  No es algo para tirar cohetes, un sueldo regular, sin seguro, pero que garantiza cada mes que trabaje el tener bien cubierta la alimentación de los míos. Esa era mi prioridad, pero cuando una es peón en la viña del Señor, a veces olvidamos que tenemos un trabajo fijo, del que nunca nos van a despedir, a no ser que sea uno mismo quien desista, en su libertad, de seguir trabajando. 

APACENTAR. 
Su significado en el diccionario de la real academia se define con estas palabras:
Conducir el ganado a terrenos con pasto y cuidarlo mientras pace.

Y si somos el rebaño del Buen Pastor y hemos sido llamados en el redil para servir en vez de pastar, para cuidar, para dirigir, para consolar y llevar a los demás al Pasto que nunca se agota ¿quién soy yo para decir que no estoy capacitada y que prefiero retozar y pastar en la comodidad del rebaño como una más sin comprometerme a nada más? 
Sacramento me amas? Me pregunta y según pasan los años voy comprendiendo que mi amor por Él crece más. Y también mi necesidad de amarlo, de servirle, de seguirlo aunque eso signifique ir a veces por caminos en los que me sienta perdida. La experiencia de su amor en otros acontecimientos vividos y la fe que me alumbra por ello, me hace avanzar siempre aunque sienta los aullidos viscerales de los lobos alrededor.
Esta semana de trabajo, no paro de buscar respuestas. Me bastó un día para comprender que si bien era un trabajo llegado de la mano de mi Señor, también había un gran porque detrás de aquel acontecimiento y que no tengo porque ser yo siempre el centro de la cuestión. Cuando sigues a Jesucristo, todo cambia, todo en Él se hace nuevo y hasta las cosas rutinarias se tiñen del color del evangelio y entonces todo aquello que hacemos se transforma en un hacer por acercar el Reino de Dios a este tiempo y que los demás puedan ser participes. Para mi es algo nuevo y curiosamente cada vez más alentador y gratificante según voy siendo más consciente. 
Descubrir que puedes amar a tu Dios, que Él se deja amar aún por un amor nuestro que no es del todo ilimitado, pero que Él siendo Dios acepta, es algo que cambia nuestro ser desde dentro y cuando vamos madurando esta realidad, creo que la caridad surge, aflora, no cuesta usarla, podemos derrocharla y a un mismo tiempo alimentarnos de su derroche.

Hoy no puedo dar detalles de los motivos concretos en mi trabajo que me hacen meditar en esto, porque traicionaría la confianza de una mujer de noventa y siete años que ve en mi un punto de conexión, de seguir caminando cada día las dos juntitas de la mano de nuestro Señor.

Si Dios quiere, todos vamos llegando a esa edad en que nos volvemos como niños, en que dependemos de los demás de nuevo para todo. Y en la que vida nos pone en encrucijadas que pondrán a prueba nuestra fe y la caridad de los demás. Pero mientras Dios siga en los ojos de Jesucristo mirando a los hombres, llamándoles por su nombre y preguntándoles con infinito amor si también pueden amarle ellos... Mientras Jesucristo siga creyendo en nosotros y siga haciendo la pregunta, la caridad alumbrará nuestros días.


La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión (Catecismo de la Iglesia católica, 1829)


La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos. San Agustín. In epistulam Ioannis tractatus, 10, 4



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